Por : Mg. Ing. Fred Camus Yeomans – CEO Adapvector Consulting
Hablar de minería virtuosa se ha vuelto cada vez más común en los discursos estratégicos del sector. Se menciona en políticas públicas, en planes de sostenibilidad, en declaraciones corporativas y en agendas internacionales. Pero para que este concepto no quede en el plano de lo declarativo, es necesario hacer una pregunta clave: ¿cómo se transforma esa aspiración virtuosa en resultados reales? La respuesta no está en el marketing, ni en los informes institucionales, ni siquiera en la normativa. Está en los proyectos. O más específicamente, en cómo se gestionan los proyectos que le dan forma a esa visión.
La minería virtuosa se entiende como aquella que genera valor económico, social, ambiental, tecnológico e institucional de manera equilibrada y sostenible. No se trata simplemente de mitigar impactos, sino de actuar con propósito, de innovar con responsabilidad, de respetar los territorios y de garantizar eficiencia con ética. Este enfoque ha sido formalizado en instrumentos como la Política Nacional Minera 2050, que plantea, entre otras metas, que al año 2050 el 100% de la energía utilizada en faenas mineras en Chile provenga de fuentes renovables, que al menos el 50% de los residuos mineros se reutilicen o reciclen, y que todos los proyectos incorporen el cierre desde la etapa de diseño (Ministerio de Minería, 2022).
Estas metas, aunque ambiciosas, son perfectamente alcanzables. Pero no se logran con declaraciones: se logran con proyectos bien estructurados, bien ejecutados y bien controlados. Y ese es el rol central de la gestión de proyectos: transformar los principios en estructuras operativas, convertir las metas en entregables, y hacer viable la sostenibilidad en la práctica.
La evidencia lo confirma. Según el informe Pulse of the Profession del Project Management Institute (2021), solo el 35% de los proyectos mineros en el mundo logran cumplir simultáneamente con los objetivos de tiempo, costo y calidad. Aquellos proyectos que incorporan una gestión predictiva y estructurada logran reducir hasta en un 28% sus desviaciones presupuestarias y en un 31% sus atrasos en cronograma. En paralelo, Ernst & Young (2021) estima que hasta un 20% del capital de inversión (CAPEX) en proyectos mineros a nivel global se desperdicia por fallas de planificación y ejecución. En el caso chileno, donde la cartera proyectada de inversión minera para el período 2023–2032 supera los US$65.000 millones (Cochilco, 2023), incluso una mejora del 10% en eficiencia se traduciría en más de US$6.500 millones en valor liberado.
Más allá de los números, la gestión también marca la diferencia en el terreno social. De acuerdo con la CEPAL (2023), más del 60% de las paralizaciones de proyectos mineros en América Latina se deben a conflictos comunitarios mal gestionados desde el inicio. Esto evidencia que la sostenibilidad no es solo una dimensión ambiental o técnica, sino también una cuestión de gobernanza y confianza. Gestionar adecuadamente la relación comunitaria, estructurándola como un proyecto formal, con planificación, indicadores, responsables y mecanismos de seguimiento, es hoy una condición básica para la continuidad operativa.
La gestión de proyectos moderna, por tanto, no se limita al control del cronograma o del presupuesto. Implica capacidades integradas para planificar bajo incertidumbre, gestionar múltiples partes interesadas, anticipar riesgos sociales y ambientales, y asegurar el cumplimiento de estándares ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) desde la estructura misma del proyecto. Además, incorpora herramientas tecnológicas como tableros de control en tiempo real, sistemas de alerta, modelos de simulación y automatización de reportes, que fortalecen la capacidad de decisión y la transparencia del proceso.
Un aspecto cada vez más relevante es que esta gestión debe adaptarse a distintos tipos de iniciativas. Grandes obras de infraestructura minera requerirán buenas practicas tradicionales como lo es el metodo del valor ganado. En cambio, proyectos de innovación tecnológica, transformación digital o relacionamiento territorial pueden beneficiarse de enfoques ágiles como Scrum o Design Thinking. El profesional que impulse una minería virtuosa desde la gestión necesita saber moverse entre ambos mundos: el de la planificación robusta y el de la adaptación flexible.
Los impactos de esta gestión son transversales. En el ámbito ambiental, permite implementar medidas de eficiencia hídrica, energética y de manejo de pasivos como proyectos viables, con trazabilidad y control. En lo social, permite transformar la inversión comunitaria en un proceso participativo con metas claras. En lo tecnológico, facilita el escalamiento de innovaciones, evitando que las buenas ideas se queden en pilotos. En lo institucional, fortalece el cumplimiento normativo y la rendición de cuentas. Y en lo económico, mejora la eficiencia del gasto, la toma de decisiones y la resiliencia del negocio.
Adicionalmente, el entorno financiero también está reconociendo esta necesidad. S&P Global (2024) indica que el 60% de los inversionistas institucionales hoy exige evidencia concreta de cumplimiento ESG integrada desde el diseño del proyecto, no como una validación posterior. La gestión de proyectos permite justamente eso: asegurar desde el inicio la trazabilidad de los compromisos.
Lo que está en juego no es menor. La minería del futuro deberá ser capaz de responder a la descarbonización global, al cambio climático, a las expectativas sociales, a las exigencias regulatorias y a la presión competitiva. No basta con hacer proyectos técnicamente correctos. Hay que hacer proyectos coherentes con el entorno, con los territorios y con el tiempo que nos toca vivir.
Hoy, dentro de cualquier proceso serio de evaluación de un proyecto minero, la sostenibilidad ya es una variable decisiva. Si un proyecto no es sustentable en lo ambiental, en lo social y en lo económico, simplemente no es viable. Sin embargo, identificar ese criterio no resuelve el desafío operativo que conlleva. La gran pregunta no es solo si un proyecto es sustentable, sino cómo hacerlo posible.
Y ahí es donde entra la gestión de proyectos. No como una función administrativa, sino como la ciencia que convierte decisiones en acciones, que estructura el cambio, que organiza el avance y que permite anticipar el riesgo y medir el valor. Es la ciencia que hace que las cosas pasen. Y más aún, es la ciencia que hace evolucionar realidades.
En el caso de nuestra industria, es lo que nos permite pasar de la intención a la transformación. De la minería tradicional a una minería virtuosa. Una minería que no solo se dice, sino que se gestiona.